«Inspirado en las palabras de Mara González»
Dicen que el amor no se ve, pero se siente. Que no se mide, pero se nota. Que no se compra, pero lo cambia todo. Y es cierto… el amor tiene ese poder misterioso de curar lo que la medicina no puede tocar, de aliviar dolores que ni siquiera sabíamos que llevábamos dentro.
Cuando amamos —de verdad, con el alma— algo sucede en nosotros: el cuerpo se relaja, la mente se calma y el corazón se siente en paz. Es como si el universo entero nos abrazara y dijera: “tranquilo, estás a salvo”.
El amor no sólo sana heridas del alma, también tiene un efecto real en nuestra salud física. La ciencia lo confirma: amar y sentirse amado fortalece el sistema inmunológico, reduce el estrés y mejora la calidad del sueño. Pero más allá de los estudios, hay algo más profundo… algo que solo se entiende cuando has sentido ese amor que te devuelve las ganas de vivir.
Porque el amor no solo es un sentimiento, es medicina. Es energía pura que atraviesa el cuerpo y le dice a cada célula que vale la pena seguir luchando. Y cuando uno ama —ya sea a una persona, a la vida, a un sueño o incluso a uno mismo— el dolor se vuelve más llevadero. El corazón se vuelve refugio y la esperanza, remedio.
He aprendido que amar no es perderse en otro, sino encontrarse en lo más humano de uno mismo. Es entender que a veces el cuerpo sana cuando el alma es escuchada, y que las cicatrices no duelen cuando se convierten en historias de amor y supervivencia.
El amor no elimina el dolor, pero lo transforma. Le da sentido. Lo vuelve más liviano, más noble, más nuestro.
Así que si hoy estás pasando por un momento difícil, si sientes el peso del cansancio o el eco del dolor, no te encierres… ámate. Deja que el amor entre, en cualquiera de sus formas: un abrazo sincero, una palabra amable, un recuerdo bonito, una mirada que te recuerde que todavía hay luz.
Porque el amor, ese que nace del alma, no sólo mejora la salud: también te devuelve la vida.